ANECDOTARIO DE ALFONSO MALASPINA.
GUSTOS CULINARIOS DE NUESTRO PADRE.
“Nadie muere siempre y cuando sea recordado”.
1
Nuestro padre tenía sus preferencias en materia de
alimentación, y a la hora de las comidas su comportamiento se correspondían con las normas de la decencia y los buenos modales.
Alfonso Malaspina tenía conocimientos del “Manual de
urbanidad y buenas maneras” (1853)de
Manuel Antonio Carreño, según el cual “la mesa es uno de los lugares donde más
clara y prontamente se revela el grado de educación y de cultura de una persona,
y jamás llegará a ser excesivo el cuidado que pongamos en el modo de
conducirnos en la mesa, manifestando en todos nuestros actos aquella
delicadeza, moderación y compostura que distinguen siempre en ella al hombre
verdaderamente fino”
2
Se sentaba, invariablemente, en un mismo sitio y a la
misma hora, manejaba con elegancia los
cubiertos. Comía sin apuros en el espíritu de la atención plena de los
estoicos: dedicarse en cuerpo y alma a la tarea que se está realizando.
Amonestaba al que colocara los codos sobre la mesa.
Escrupulosamente, retiraba las grasas de las carnes. Entre sus platos estaban las
costillas de res sancochadas, sopa con el hueso de la cola de la vaca, hígado,
riñones, sesos con huevos revueltos, testículos o bolas de toro, el ojo de vaca
en batido, chinchurria.
A las arepas le extraía la masa y se comía los discos
externos crujientes, luego de colocarles algún relleno, como queso de mano o
mantequilla bruun.
Prefería el casabe al pan de trigo. Gustaba del maíz
asado. Una vez hizo una fogata para azar maíz en la casa de la Eliseo Marchena.
Cuando alguna mazorca estaba bien asada la extraía de las brasas y se la
entregaba a algunos de nosotros, mientras nos contaba algo. La escena quedó
para siempre grabada en mi memoria como un pasaje muy tierno de su amor paterno.
Él mismo compraba las docenas de jojotos para las
cachapas.
Decía que las empanadas de gallo eran una delicia, y
al igual que el guiso de las hallacas, las comía con casabe.
Cuando viajaba traía casabe dulce llamado “jaujau” para
obsequiarnos a nosotros y para su propio consumo. Decía que los hacían en Santa
María de Ipire.
Le encantaban las vainitas, ligeramente fritas.
Tomaba parte activa en la preparación de los platos de
Semana Santa y Navidad. Buscaba los encurtidos y escogía las hojas de topocho.
3
El café negro lo tomaba solo en las mañanas.
De las bebidas
gustaba de un refresco argentino llamado “Bidú”. A veces tomaba coca-cola
de la botella más pequeña, de la cual extraía el gas trasvasándolo para luego
agregarle agua. Bebía agua mineral sin gas, té con leche, batidos de leche con
malta y un huevo crudo.
Gustaba de un jugo de manzanas (Purita) que
generalmente lo compraba cuando alguien de nosotros enfermaba.
Era prácticamente abstemio. Tomaba un whisky de vez en
cuando. También unas cervezas en los toros coleados. Un día nos dijo que en las
reuniones lo mejor para no emborracharse era vaciar la botella,
disimuladamente, sobre el piso. Él lo hacía
lanzando el líquido a sus espaldas.
4
A pesar de sus costumbres correctas en la mesa, tenía
también opiniones erradas sobre ciertos alimentos. Por ejemplo, del huevo
retiraba la parte blanca y consumía la amarilla, porque creía que lo blanco era
de grasas. Decía que el bagazo de la patilla y las naranjas no debía tragarse.
5
Papá comía en la casa, pero a veces se quedaba
trabajando en el negocio. Entonces, había que llevarle la comida. Mamá preparaba
la vianda, la cual se conformaba de una torre de varios platos de vidrio con
los respectivos alimentos. Luego esos platos eran envueltos en un paño con un
nudo en la parte superior que también servía de asa para cargarlo.
Casi siempre yo llevaba la vianda. Un día mamá preparó
una enorme vianda con muchos platos. Estaba lloviendo. Cuando escampó salí con
mi encomienda. Las aceras estaban mojadas. Me resbalé y escuché el típico
sonido de la porcelana cuando se hace trizas.
Me paré y seguí hasta el negocio como si nada hubiera
pasado. Llegué y coloqué la vianda que ahora era más pequeña porque, en
realidad, era un bulto de platos rotos mezclados con comidas. La puse sobre una
mesa, y le dije: Ahí está la comida. Salí apresurado y muy asustado para la
casa. No le dije nada a mama.
A los pocos minutos llegó papá a la casa y le dijo a
mamá:
—Me quieres envenenar con vidrio molido.
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